La singular festividad boliviana en la que se compran réplicas en miniatura de aquello que más se anhela

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Cada año se celebra en La Paz, Bolivia, la Feria de Alasita, en la que los creyentes adquieren réplicas en miniatura de los bienes que desean. La costumbre manda realizar un recorrido ritual que incluye invocaciones al Ekeko, dios de la abundancia.

Cada año, en la zona andina de Bolivia, cientos de miles de creyentes acuden a una singular feria con la esperanza de que sus deseos más preciados se hagan realidad. La tradición manda comprar réplicas en miniatura de aquello que se anhela y seguir un itinerario que conjuga rituales andinos con prácticas de la fe católica en procura de que el sueño se materialice.

Representaciones de casas, vehículos, alimentos, billetes (bolivianos, dólares y euros) productos electrónicos (computadoras, teléfonos celulares), maletas para viajar, visas, certificados de salud, títulos de licenciatura, de maestría y de doctorado… Todo lo que uno alcance a imaginar está disponible. Y si de conseguir un amor se trata, también hay amuletos específicos para ello.

Este extraordinario evento se llama la Feria de Alasita, vocablo aimara que traducido al castellano significa “comprame”. Se trata de uno de los encuentros culturales, religiosos y sociales más importante de la ciudad de La Paz y su verdadero sentido es invocar la abundancia y la fertilidad. Incluso tiene un pequeño diosecillo regordete: el Ekeko.

La festividad se celebra cada 24 de enero y la feria dura cerca de un mes, pero debido a la segunda ola de la pandemia este año fue postergada y recién hasta ahora ocupa el tradicional espacio del Parque Urbano Central.

“La Alasita es la fiesta ritual de la abundancia, que se concretiza a través de las miniaturas, de los amuletos de la fertilidad: las ‘illas’ e ‘ispallas’, como las llamamos en aimara. Implica cumplir con ciertos recorridos rituales y establecer subjetivamente una necesidad o un deseo manifiesto de la persona”, explica a la Agencia Anadolu el sociólogo y magíster en antropología David Mendoza Salazar.

Son precisamente los recorridos rituales a los que se refiere el experto los que fueron incluidos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en diciembre de 2017.

“Los participantes buscan y adquieren figuritas de la buena suerte vinculadas al culto de Ekeko, deidad aimara de la abundancia y protectora de la ciudad. Consagradas luego por ritualistas andinos o bendecidas por sacerdotes católicos, esas figuritas cobran así un nuevo significado para quienes han depositado su fe en ellas a fin de convertir sus deseos en realidad”, se lee en la declaración oficial de la Unesco.

Mendoza detalla que, según las creencias, se debe comprar o recibir de regalo los objetos deseados a las 12.00 en punto del día inaugural de la feria. Una vez hecho esto, se sigue un protocolo: primero se acude al amauta o sacerdote andino para la ch’alla de las miniaturas, ritual que consiste en rociarlas con alcohol y pasarlas por sahumerio invocando a las deidades andinas, incluido el Ekeko.

Luego, se debe ir al atrio de una iglesia para que un sacerdote o un monaguillo las rocíe con agua bendita. Y, finalmente, “se comparte con la familia o los amigos una comida y alguna bebida en señal de júbilo”, con la certeza de que el o los objetos se harán realidad.

En años pasados, la gente solía aglomerarse dentro de los templos para recibir la bendición, pero el clero católico decidió que, al tratarse de idolatría, ya no permitiría el ingreso a las iglesias. No obstante, monaguillos salen a los atrios para desarrollar el rito debido al sincretismo de la festividad.

En los días siguientes, el flujo de personas en el campo ferial se reduce, pero miles de miniaturas se exponen y se venden durante semanas, y varios amautas se instalan a lo largo del recorrido para cumplir con la tradicional ceremonia andina.

El Ekeko, dios de la abundancia

El origen de la festividad de la Alasita es ancestral. Los antiguos habitantes de la zona andina de Bolivia solían congregarse cada cierto tiempo para intercambiar productos de primera necesidad. Con la llegada de los españoles, la costumbre asumió otras prácticas, como el uso de la moneda y el consiguiente desplazamiento del trueque.

Fue en 1871, tras el cerco indígena a la ciudad de La Paz, cuando la Alasita se instituyó como se la conoce hoy, poniendo relieve en la figura del Ekeko como el dios de la abundancia y vinculándola con la festividad de la patrona de los paceños, la Virgen de Nuestra Señora de La Paz.

Mendoza afirma que el Ekeko es, en realidad, “una figura mitológica de antes de la Colonia a la que las mujeres invocaban para tener pareja e hijos, pero también había una Ekeka, hoy desaparecida; en la cultura aimara todo funciona en la lógica del chacha-warmi (hombre-mujer)”.

Con el paso del tiempo y el influjo de la Iglesia católica, el Ekeko sufrió una metamorfosis, en vista de que era asociado con el pecado y la lujuria. Y también cambió de apariencia: dejó de ser la efigie de piedra con apariencia humana para lucir como un bigotón rechoncho elaborado en yeso, de cuyo cuerpo cuelgan todos los objetos deseados en forma de amuletos.

“Así apareció el Ekeko, dador de todas las cosas, pero para que esto suceda tiene que haber una relación de reciprocidad, es decir, que él reciba atenciones. No se tiene ídolos así nomás”, afirma el antropólogo.

Quien sabe bien de esto es Edwin Villegas. Él y su familia poseen un Ekeko desde hace más de 10 años y lo atienden esmeradamente dos veces por semana. “Estábamos recién casados y en una visita a la feria, le propuse a mi esposa comprar un Ekeko. Lo hicimos con un poco de recelo porque se dice que algunos pueden ser malos si no los atiendes como debe ser. Pero Juanito —como le han llamado— ha sido muy bueno con nosotros”.

Ha de ser porque cada jueves y sábado algún miembro de la familia Villegas se ocupa, sin falta, de darle a fumar y ofrecerle alguna bebida. Y cada 24 de enero, el día en que celebran su cumpleaños, el agasajo incluye regalos como ropa nueva (ponchos, sombreros y lluchos) y nuevas illas e ispallas.

Más de 6.000 artesanos dan vida a la festividad

La Alasita es también una oportunidad de trabajo para miles de artesanos que producen las miniaturas durante meses, por lo general en pequeños emprendimientos familiares.

“Somos más de 6.000 expositores, la mayoría de talleres unifamiliares donde trabajan padres, madres y sus hijos, por lo que el número de personas que se mueve en esta actividad se multiplica. La producción de artesanías no se detiene durante todo el año, aunque esta vez nos afectó la pandemia, pero fue oportuno postergar la feria para evitar nuevos contagios”, sostiene Freddy Butrón, dirigente de la Federación Nacional de Artesanos y Expositores de la Feria de Navidad y Alasita (Fenaena).

Fuente: Agencia de noticias Anadolu.